En España, la industria farmacéutica, al igual que en la mayoría de países desarrollados, aporta una parte importantísima del bienestar social: mejora los sistemas de salud y favorece la prevención de enfermedades, repercutiendo incluso favorablemente en la productividad de otros trabajos, al reducir el absentismo laboral. Pero, además, genera un valor añadido porque parte de su actividad está vinculada a la investigación. Es decir, influye favorablemente a la economía.
Sin embargo, si echas la vista atrás, en torno a los años 2010 y siguientes, la industria farmacéutica sufrió un pequeño desequilibrio por los recursos económicos destinados a la investigación y el número de productos que se aprueban en el mercado. Esto se debió, en parte, a las nuevas regulaciones a la hora de aprobar un fármaco, a la concentración de la industria farmacéutica internacional y al rápido crecimiento del mercado de fármacos genéricos.
Las previsiones, sin embargo, a tenor de los datos del año 2015, prometen una creciente prosperidad en el sector. Te damos un dato: ese año, la industria farmacéutica exportó más de once mil millones de euros en fármacos, llegando a representar el 4,4 % de las exportaciones de España.
Las nuevas políticas de transparencia económica de las farmacéuticas y la implementación de nuevas tecnologías al servicio del mercado, como puede ser la receta electrónica, y el descenso del gasto por recetas durante el mismo año, hacen de la economía farmacéutica española una de las más competitivas del escenario europeo. La tendencia es la de agilizar las tramitaciones de los medicamentos para los enfermos, favoreciendo la sincronización entre los centros de salud y las farmacias, evolucionando hacia un sistema cada vez más asistencial.
España es uno de los países con más farmacias por proporción de población, y en buena medida es responsable de hacer posible que el Sistema Nacional de Salud se considere el séptimo mejor, según la Organización Mundial de la Salud.